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El Lavado de Ropa!

Despojándonos del peso del pecado...

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante...” (Hebreos 12:1) Bueno haciendo un alto en el lavado de ropa...

Hay varias lecciones que podemos aprender del aseo personal y del lavado de ropa. Ambos son necesarios para mantener nuestra vida hogareña limpia, acogedora y agradable. El aseo personal nos permite darle cuidado a nuestro cuerpo y mantenerlo lo mejor posible, aparte de lo que es lo interno, o sea la nutrición del cuerpo. Pero que disparidad hay, si luego de asearnos y/o darnos un buen baño, nos ponemos la misma ropa sudada, mal oliente y sucia. Nadie nos creería si al vernos con esa ropa sucia y mal oliente, que nos hemos dado un buen baño. Lo mismo sucede si limpiamos la habitación donde descansamos y dormimos, pero no cambiamos la ropa de cama y otras piesas de ropa, para darle un aspecto limpio a la habitación.

Es por ello que tomamos la ropa sucia, sudorosa y mal oliente, nos despojamos, y la lavamos, utilizando nuestro detergente o blanqueador favorito o el que entendemos es el más efectivo, luego en el ciclo de enjuague echamos algún suavizador y perfumador para la ropa. Pero antes de utilizar esa ropa nuevamente, en especial con la que nos vestimos, le quitamos las arrugas con un buen planchado. Claro, hay cierta ropa que requiere un cuidado especial y dependemos de los los profesionales del laundromat (tintorería) para que nos liempien esa ropa.

Hay un principio espiritual en todo esto. Es cierto que en Cristo, somos nueva creación y que por su sangre fuimos lavados o limpiados, redimidos de nuestros pecados. Pero recordemos algo, juntamente con nuestra nueva naturaleza, también se nos fueron dadas nuevas vestiduras. El reto entonces es, mantener nuestras vestiduras enblanquecidas. El peso del pecado, como el sucio que se le adhiere a la ropa, nos asedia y se nos adhiere a nuestros vestidos espirituales. El mal olor de la iniquidad de este mundo se nos pega. Somos contaminados por la inmundicia que nos rodea. Inmundicia tal en lo que vemos, en lo que oímos y en lo que hacemos o dejamos de hacer.

“Asi que amados, puesto que tenemos tales promesas (Capítulo 6), limpiémonos de toda contaminación de la carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios...” (2 corintios 7:1)

Y así como nos quitamos las ropas de nuestro diario y nos desnudamos para bañarnos y ponernos ropas limpias, es necesario que tomemos nuestros vestidos espirituales y lo llevemos a lavacro de la Palabra de Dios y la perfumemos con el suavizador del ungüento fresco del Espíritu Santo, pues si no lo hacemos, tarde o temprano, se nos va a notar el sucio, se olerá en nosotros el sudor pecaminoso y se verá en nosotros la mancha que produce la perspiración de nuestro diario embate y lucha con el calor de la prueba. Pues así como el sol y las actividades diarias nos hacen sudar y perspirar en todo nuestro cuerpo, el calor de la prueba, lo insesante de las actividades y afanes de la vida, nos hacen pespirar un sudor espiritual mal oliente y desagradable.

Por tal motivo, necesitamos diariamente lavar nuestras ropas en la Palabra de Vida, perfumar nuestras ropas y nuestras vidas con la Presencia del Espíritu Santo y mantener nuestros corazones suavizados en la comunión unos con otros. Pudiéramos utilizar la siguiente analogía del lavado de ropa en la lavadora: “Así como tomamos unos días en la semana para lavar nuestras ropas y las llevamos a la lavadora y secadora, o la tendemos al sol, o la llevamos al laundromat, los creyentes somos como piezas de ropas que nos juntamos en la lavadora llamado templo, para ser limpiados con el detergente de la Palabra de Dios, suavizados por la gracia y el amor de la comunión con nuestros hermanos y ser perfumados con el ungüento fresco del Espíritu Santo.”

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1) Y ahora seguimos lavando. Jejeje!

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