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Aniversario!

Wow, es maravillo, pero ya en algunos días celebramos mi amada esposa y este servidor 40 años de casados. GLORIA A DIOS! Jamás reclamo ser el esposo perfecto, pero sí puedo testificar, que no hay nada como amar. Mi esposa ha sido y es una mujer fiel a Dios, a su esposo y a su familia. Una mujer dedicada a lo suyo y a los suyos. Una gran ayuda idónea en el ministerio. Sabia madre... Sabia esposa... Sabia consejera. Firme en sus convicciones y principios. Y hay un detalle... ¿cómo entonces como esposo debo tratar a esa compañera fiel que Dios me ha dado? Vamos a la Biblia, en especial para aquellos que se creen predicadores de la Palabra, pero que no viven ni con sus esposas y muchos menos con sus hijos los principios de la Escritura. Un esposo, no puede cosechar los frutos de un buen matrimonio, a no ser que ame, proteja, considere, se comunique, tenga ternura, y trate a esa esposa como una reina. Alguien dijo: “¿Quieres ser tratado como un rey por tu esposa y tu familia? Entonces trata a tu esposa como una reina.” Si la tratas como basura, como una alfombra de piso, si eres aspero con ella, si la abandonas y no la apoyas con la ternura, sentido de sacrificio y de entrega al igual que Cristo con la Iglesia, entonces no esperes ser correspondido de la misma manera. La Biblia claramente dice que; “el que haya esposa haya el bien.” (Proverbios 18:22) Pero para encontrar el bien en una esposa hay unos requisitos pre-existentes: “Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre...” O sea deja las costumbres, las ideas, lo que pueda existir de tu trasfondo familiar para poder hacer el segundo requisito: “...y se unirá a su mujer.” O sea una unión íntima, personal, física, espiritual, emocional con la mujer que Dios te ha dado. Y para ello no pueden haber esos “machismos” y chauvinismos distintivos de los hombres, que porque son hombres, piensan que la mujer debe “someterse” como si él fuera un dictador. “...y los dos serán una sola carne...” ¿Porqué? Porque el principio a aprender aquí, es que el esposo y la esposa sean uno para que sean representativos de esa gran unidad espiritual que está presente en el Trino Dios. Y claro, si los esposos no están unidos a sus esposas en amor, en honor y en lo emocional, tampoco lograrán un sentido de unidad y respeto de parte de sus hijos. ¿Será posible que la razón por la cual hay tantos hogares destruídos y devastados se deba a esa carencia de la intervención amorosa, compasiva y misericordiosa de un esposo y padre, que trate con amor y ternura a esa esposa? Hay esposas que piensan más, reclaman más y alardean más con sus esposas en decir: “Yo soy la cabeza de este hogar...” que en ser el amor de ese hogar. Cristo nos reafirma que “el esposa es cabeza de la mujer” y eso es cierto y es bíblico, pero eso es más bien con la postura de orden de sumisión. El énfasis del sacrificio de Cristo en la cruz no es tanto en que se le reconozca como cabeza de la iglesia, sino como el que lo dio todo por la iglesia, que se entregó por la iglesia, y que amó a la iglesia por encima de sí mismo. (Filipenses 2). Lo de ser cabeza es posicional, pero lo de amar es un mandamiento directo del Padre: “Maridos AMAD a vuestras mujeres...” ¿Cómo debemos hacerlo? “...así como Cristo AMO a su iglesia...” ¿Qué evidencia damos de un amor así? “...y se entregó a sí mismo...” Se dio a sí mismo... Se sacrificó a sí mismo... Se entregó a sí mismo por ella. No es asunto de estarle reclamando: “Yo soy el hombre aquí...” “Yo soy el que mando aquí...” Nuestro reclamo de autoridad no tiene valor ni efecto alguno en nuestros matrimonios, si no va acompañado de amor, de ternura, de consideración y de entrega hacia la esposa, sobre la cual decimos que somos la cabeza. Podemos ser cabeza en el hogar, pero una cabeza sin corazón, es como una estatua sin vida, fría e interte. No es hasta que enseñemos, demostremos, y sacrifiquemos por ese verdadero amor, que la autoridad será reconocida, respetada y respaldada por nuestras esposas y por nuestros hijos, sin necesidad de estarla reclamando. Concluyo con las Palabras inspiradas de Dios, por medio de un hombre que tuvo grandes luchas por representar lo que acabo de compartir, pero que no deja de ser una gran verdad representativa de lo que Cristo tuvo que hacer. ¿De qué nos sirve ser "tremendos" predicadores, "poderosos" en la oración y supuestamente "espirituales" si no hacemos lo máximo por nuestros matrimonios, por nuestras esposas y por nuestros hijos? Algo para meditar!


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